Tengo cáncer. ¿Qué hago?
El hombre desde el momento que nace se debe enfrentar en su
diario caminar: La enfermedad, la vejes y la muerte. Nada bonito para la razón
del hombre, siempre se las evade, se crean cortinas de inteligencia, de viveza,
en definitiva, es no entrar en el sufrimiento, en la muerte óntica del ser.
Sabemos que tenemos que morir, la muerte física de una manera
razonada es aceptada, con sus berrinches, pero a la final hay una resignación.
Pero la muerte óntica es la más fuerte, porque has perdido la esperanza, que al
final del túnel hay una luz, está Dios, que ha vencido a las tinieblas, a la
oscuridad.
Hay que vivir, experimentar, sentir el espíritu para gritar a
los cuatro vientos, así quedar libre para vivir una enfermedad o vejez.
Por lo general la enfermedad llega con la vejez, que también
es aceptada a su manera, pero cuando llega en plena juventud, en plena flor de
primavera, se presenta otro escenario, otra tristeza de cuestionamientos y
respuestas que se quedan en el razonamiento de la mente, para alterar al sistema
nervioso, generando derrames, paro cardiorrespiratorio que afecta al
corazón de forma brusca, etc. Empieza el conteo de los días, las horas, que
puede llegar la muerte.
Cristianamente se puede expresar “estoy preparado”, salen a
flote los miedos, él porque, o empiezo a vivir la tristeza. Pero se complica el
comportamiento al recibir la noticia “tengo cáncer”. El error del hombre en
pensar que el cáncer acaba con la vida. Puede acabar, pero no puede matar al
Espíritu.
Se presentan dos momentos de la vida: El primero que el
cáncer de una enfermedad nos da un tiempo, para matar el cáncer de la avaricia
al poder, el cáncer de la ira, el cáncer del egocentrismo, el cáncer de no
saber amar. El segundo momento es el Dios creado por el hombre se viene abajo, se desploma y se
lleva el viento, desvelándose la mentira que el hombre crea a Dios, que la
inteligencia esclaviza con la terquedad que la razón es primero.
El conocimiento científico puede mejorar e incluso sanar el
cáncer, pero llega el tiempo perfecto que Dios da al hombre para el acto de
contrición, pasar del arrepentimiento lucrativo, del cáncer de los placeres, al
arrepentimiento sincero de volver a nacer ya de espíritu, donde la palabra
vuelve a tener vida, donde Jesucristo empieza actuar, para cumplir la misión
encomendada antes de nacer.
La vida es eso ser otro Cristo, que debe morir un inocente
para dar vida al otro, el que vive endiosado en su cáncer de idolatrías,
esclavo de sus propias conquistas, con el ego que es un mentor, que tiene que
ser un referente. Es el problema el SER, que absorbe toda la sabiduría de Dios
para que el hombre viva en la desnudez de no saber amar, para salir a buscar
nuevos dioses, nuevas idolatrías, llantos de soberbia, de mala suerte.
La necesidad que llegue el cáncer real para cortar a las
idolatrías de raíz, para vivir la conversión. El dolor más profundo que el
dolor de parto, porque sabes que llega una vida, mientras este dolor cáncer es
para salvar una vida, salvarle de la muerte óntica del ser, que sea libre y
pueda volver a vivir, con decisiones de construir familia.
El verdadero cáncer es el dolor que cala en la profundidad,
para volver a tener esperanza, ser testigo del amor de Dios, dar la buena
noticia aquel que está entrando en la oscuridad, en la eutanasia.
Tengo cáncer para volver a vivir, para dar testimonio que
Dios existe, de vivir la Pascua de resurrección. El hombre viejo queda sepultado,
nace el nuevo éxodo, la nueva tierra fértil.
En esa libertad, del libre albedrio, el hombre tiene dos
opciones: Ser frio o caliente.
¿Tengo cáncer para qué?