La noticia de la semana fue la posesión de las
nuevas autoridades seccionales, la alegría de unos, que se cumplan las promesas
de campaña, el ofrecimiento de la metamorfosis política a la realidad de la
vivencia del pueblo. Circunstancias donde juegan los intereses más personales
que la misma ideología.
El nuevo siglo, donde el hombre vive la vida
por un juego, el ganar el trofeo de la adulación, de ser merecido de lo que no
siembra, pero exigente con el poder efímero que maneja, sea político,
económico, cultural. Se presenta el choque de las fuerzas, con un colchón que
amortigua la identidad política, para buscar en su momento el culpable
perfecto, de lo que es y no es, el as sobre la manga, la tentación de los
deseos de la campaña electoral.
La debilidad del político, donde la conciencia
le recrimina, pero es absorbida por la ignorancia de la verdad, para salir al
balcón y pronunciar palabras populistas, la tendencia de ganar, ganar, mientras
el pueblo espera el resultado del ganador, con el voto democrático sin el
verdadero análisis, pero sí el consuelo probabilístico de la promesa.
Hay el ganador, la sonrisa con el beso de Judas
y porque no decir el lavado de manos. El triunfo se dio a la propuesta, a mi
trabajo, el movimiento político en segundo plano, el requisito de la ley. Mientras
la oposición maquiavélicamente trabaja para aplicar la ley, contando los
errores, para aplicar la revocatoria, el principio democrático para el
beneficio propio, mas no del pueblo. Resucita el llanto de los seguidores, para
vivir de nuevo el choque político, por defender la verdad que mata a la
democracia.
La verdad es que el hombre confía en los
conceptos políticos, en la posesión del gobierno, sin imaginar que compra su
propia tumba, para dejar como herencia al pueblo que le dio el voto
democrático.