¿Puedo vivir sin Dios?
Hay una realidad que el hombre le tiene miedo al sufrimiento,
no desea escuchar, simplemente oír a la lejanía del eco de la palabra que hay
una enfermedad, la puerta para entrar a la muerte. El miedo existe, que la
muerte llega el momento inesperado, el tiempo de la vida que Dios lo decide.
Estos miedos no dejan disfrutar de la creación y de los
frutos que Dios da al hombre. Compartir con la familia, del tiempo tan corto de
la niñez, adolescencia, adultez y vejez. Etapas de la vida que tienen su propia
historia, su propia realidad de alegrías y sufrimientos.
Frente a todos los acontecimientos queremos respuestas ya, el
porqué de las cosas, el razonamiento lógico de buscar patrones de inteligencia
social y científica, de crear barreras al sueño efímero, a las realidades de
fantasías elocuentes sin sabiduría, sin el temor de Dios, enfocados al momento,
lo social, la foto de la noticia, el alago de crear poder.
El tiempo pasa, no hay marcha atrás, ni las acciones se
pueden borrar, palabra suelta, palabra ida, con sus respectivas acciones y
consecuencias, de un bien o un mal. Dependiendo del patrón absorbido de la
familia, donde salen los reproches de derecho, defender el honor, los valores
adquiridos, no los sembrados en casa.
De repente llaga la briza de los años y han pasado veinte,
treinta, cuarenta cincuenta o más años. Nace la auto- interrogación del
protagonismo de la propia novela, de la inocencia o culpabilidad de los
errores, tropiezos, caídas, durante el caminar, de enfrentarse al enemigo de sí
mismo, al egocentrismo de una verdad que se desvanece en la enfermedad y vejez.
Una experiencia que se ha dado, se la cuenta, que la juventud
pueda escuchar y no se estrelle en sus propios conceptos, en su inteligencia de
conquistar el mundo. La verdad que nos escuchada, volviendo la historia, la
juventud sin correcciones, lo que pudo ser y no fue. Es la verdad.
El miedo está ahí, latente, sin palabras, que llega la
enfermedad, un nuevo hogar de ser paciente, que no la definimos la palabra, que
nos llama a tener paciencia, someterse a un diagnóstico, que voy a escuchar,
escuchar a la fuerza. La reflexión me toco. Ahora que viene, viene la
convivencia de acercarme a Dios o seguir con la barrera de una soberbia que
cubre el perímetro del razonamiento sin amor, sin misericordia, sin piedad. Hay
una decisión a tomar.
Toca vivir la realidad, que el sufrimiento, la enfermedad,
que está llegando la vejes, los años de vivencias, de conocimiento y del
encuentro con Dios. La conversión, la resurrección, la libertad, el nuevo
hombre con amor, el camino del conocimiento y experiencia con sabiduría.
Vivir a plenitud la palabra de vida de un evangelio que dice
“Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: «Quitad la losa.» Marta, la
hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días. Jesús
le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Entonces
quitaron la losa”. El hombre sin Dios
huele mal, huele a soberbia, ira, a la gula de poder, de tener la verdad.
Quitar la piedra es dejar que Dios entre en mi vida, se tenga
que tragar todos los olores nauseabundos, propios de la corrupción. Qué solo
Dios tiene el poder para volver a la vida.
La pregunta sería “Estoy dispuestos de volver a la vida”,
reconocer que estoy muerto. Simplemente no pasa nada, la vida sigue igual,
tengo mis conceptos, mi verdad, puedo enfrentar la soledad, enfermedad y la
muerte próxima a llegar.
Te levantas o te quedas en la tumba (muerte). ¿Tú decides?