La palabra
La palabra ha perdido su poder de cambiar, de establecer un
decreto de vida, el decreto de amor.
Las indecisiones, las imperfecciones de tener la razón, la
verdad efímera de un intelectualismo sin conceptos. Donde la vanidad se coloca
en el balcón de las pasiones, de izar la bandera y coronarse con una palabra “Yo
soy”, el poder en la constitución de un estado imaginario, sin el poder del
decreto real.
El hombre ha permitido por el juego de permanecer en el fango
de la concupiscencia, que la palabra pierda la esencia del decreto real de Dios.
“Hágase la luz y se hizo la luz”. Hoy la palabra se ha convertido en un
analfabetismo, la falta del conocimiento, la transfiguración de la muerte a la
vida.
Se pronuncian las ráfagas de las palabras, del populismo
social, de ofrecer por ofrecer, sin la determinación de conservar la identidad
de hombre, la identidad de hijo de Dios.
Llega el Médico con el poder de decidir, el poder para determinar
el derecho de nacer, el inocente enfrentándose al Goliat del conocimiento.
Llega la juventud con sus propios conceptos absorbida de los
caprichos sociales de la familia. Los roles cambiados de ser Padre y Madre, la
debilidad de formar jóvenes soñadores y emprendedores.
Llega el Abogado con la palabra ya sin determinación, la ley que
regula a la ley del poder del hombre. La dictadura de lo toxico, el miedo, la
imposición de expresar el sentimiento del alma.
Llega el Político, el comedido, el entrometido, calificándose
como el mesías, el profeta, el patriarca que va abrir el mar de las indecisiones
para llegar a la tierra prometida. El juego de palabras, sin conceptos, sin
valor, hablar, expresar por llegar al sillón del poder.
La palabra está muriendo, la palabra suelta a la espera de la
decisión de pedir sabiduría a Dios.